martes, 23 de diciembre de 2014

Divina borrachera

A lo mejor me equivoco, pero recuerdo haber leído en un ensayo de B. Russell que las palabras "teoría" y "orgía" compartían el mismo significado, a saber: Divina borrachera. Añadía Mr. Russell que en los tiempos de las bacantes no existía una distinción muy clara entre un planteamiento genial y la borrachera común (o algo así). Tal como ahora.

Pues bien, con el ánimo de hacer otro (¿otro?) re-regreso, pues regreso aquí, aun a sabiendas que ya nadie lee blogs. Previendo esta falta de interés he ocultado mensajes pornográficos dentro del texto que a continuación se presenta, con el ánimo no de captar su atención de forma barata con contenidos eróticos, pero sí para aligerar o lubricar la lectura. Para aquellas lectoras impacientes que no deseen o simplemente lleguen a la conclusión de que no les satisface el mapa libidinoso que aquí se ofrece, quizás hallen presta y oportuna satisfacción siguiendo el siguiendo enlace, prueba de que el onanismo no es un arte menor:  http://fpem.tumblr.com/post/23019507658/pene-en-ascii

Agotado este preliminar (las agotadas de verdad pueden leer lo que sigue más tarde) entremos en materia y hablemos del beber. No del buen beber, queridas, no. No del acto de acercar una copa a los labios y rememorar la historia de la uva. Del viento, a veces frío a veces cálido, que la acarició. Ni de las manos callosas que la separaron de la vid. Tampoco del machete que cortó la caña. Aquí no se habla ni de procesos de destilación. Ni de la diferencia entre el whisky y el bourbon. No de recetas de cócteles, aunque aquí va una (cito a Kingsley Amis, no me resisto en transcribir):

Lucky Jim

Entre 12 y 15 partes de vodka
1 parte de vermú seco
2 partes de jugo de pepino
pepino en rodajas
cubitos de hielo

"Para este derivado del vodka gibson, procede como con el dry martini donde resulte apropiado.El jugo de pepino es de fácil factura, aunque requiere cierto esfuerzo, y se consigue cortando un trozo, o una serie de trozos, de unos cinco centímetros de largo, para luego someter un extremo, primero, y el otro, después, a un exprimidor  de limones convencional. Vierte el resultado, a través de un filtro para café, en la jarra mezcladora, por encima del licor y del hielo. Agita la mezcla y sirve. Lo que prepares debería ser tratado con respeto, no porque sea especialmente fuerte, sino porque tiene un sabor particularmente suave y anodino. Muestra un aspecto extraño y, de hecho más bien misterioso: una leve coloración y turbiedad en su condición de vino verde de los emperadores chinos vuelto a una vida vigorosa. Por motivos visuales, la rodaja de pepino que dejes flotando en lo alto de cada copa debería conservar la piel. 
[...] 
Probablemente, el personaje cuyo nombre he utilizado para esta bebida torcería el gesto si se la ofreciera, pero sería de los primeros en notar que su aparente suavidad la convertiría en un excelente filtro de amor para señoritas tímidas, si es que queda alguna en esta tierra". 

No, nada de lo anterior. Hablaremos de emborracharse, querida mía. ¿Otra apología a la borrachera? ¡gas! - dirá usted -. Nada de eso, pero también. Pero no todo pueden ser catilinarias... - responde este sobrio escribidor-.

Bien, pues ¿qué le voy a contar yo sobre las borracheras que usted ya no sepa? Quizás nada, quizás todo. Pero como usted lectora es hipotética, voy a asumir que está en la media... ya luego seguirá con la botella entera. O, por dármelas de estadístico, me orientaré por la mediana. Porque así también es como nos despertamos luego de una buena cogorza: medianitas.

El ensayo que mi muy querido D. Miguelito de Montaigne dedica a la cuestión de la embriaguez refleja, como pocos otros de su cuño, su tensión constante entre la templanza, como alta virtud, y la entrega a las pasiones como forma de vida que valga la pena ser vivida.  Tres frases de este ensayo ofrecen una idea aproximada de lo que digo:

"No es el mundo sino variación y diferencia. Son iguales todos los vicios porque todos son vicios, y así lo entienden quizás los estoicos. Mas, aunque unos y otros sean vicios, no son vicios iguales".

"El peor estado del hombre es aquel en el que pierde el conocimiento y dominio de sí"

"Platón alega también que la capacidad de profetizar está por encima de nosotros; que hemos de estar fuera de nosotros mismos cuando la practicamos; es preciso que esté ofuscada nuestra prudencia, bien por el sueño, bien por alguna  enfermedad, o que haya sido secuestrada por un rapto celestial". 

A lo que esto nos comienza a llevar, resulta interesante pero aun ignoto. Apunto tentativas. Aquí una:

Podemos admitir que en la borrachera no hay mérito. Las loas parecen recaer en quien bebe copiosamente sin dar grandes muestras de embriaguez. No ya de evitar la beodez cansina, sino la de conservar la compostura. Pero estos son apariencias, fachadas que no pueden negar la condición.

Pero sobriedad no quiere decir lucidez, y embriaguez no es tampoco opacidad (Anóteme el aforismo, Raquel).

En esos versos perdidos que son la oda al aguardiente, un arriero - que nunca había tocado una copa - despechado en amores decide meterse su primera, y última, rasca. Montado en su mula, ante las bravas aguas del río Cauca a las que entregará, como mísera ofrenda, su sombrero, poncho y alpargates, así como la humanidad portadora de tan apreciados bienes, elevó el arriero su última alabanza, no a la belleza causal de sus cuitas, sino al transparente elixir que apuraba y lo envalentonaba. No recuerdo los versos (nunca los aprendí) pero una declaración sí he cincelado en la memoria: el arriero se lamentaba de que, por ser correcto y buen cristiano, se había privado de todas las virtudes de esa maravillosa pócima, que igualaba a nobles y siervos, a ricos y pobres. Luego se lanza al río. Con mula y aperos.

¿Un imbécil? Quizás. Pero cometeríamos un error, amigas mías, si lo calificamos de bruto a la primera. Tuvo quizás, gracias al aguardiente, su primer acto de conciencia. Al descubrir que su sobriedad le había privado del vivir se da cuenta que todo había sido una pérdida de tiempo. Si hubiéramos coincidido antes, arrierito querido, te habría ayudad a conseguir un comprador para la mulita....

Vuelve K. Amis: "Los antropólogos nos aseguran que donde hay un hombre, se habla. Pese a los amantes de los chimpancés, el único animal capaz de reír es el hombre. Y aunque es posible que alguna tribu no descubierta de la selva aparezca un día de estos y constituya la excepción a la regla, todas las sociedades actuales utilizan el alcohol, como hicieron la mayoría en el pasado. No negaré que compartimos otros importantes placeres con el sector más bruto de la creación, pero debo afirmar el hecho básico de que  la conversación, la risa y la bebida están conectados de un modo especialmente íntimo y profundamente humano". 

Pues sí. La borrachera, el beber es cosa de humanos. Y como humanos nos inventamos eso de la moral. No voy a meterme en líos de defender o cuestionar si emborracharse es algo moralmente correcto o no. Pero sí estoy seguro en que coincidirás conmigo si digo que hay borracheras divinas y otras de los mismos infiernos. Algo de razón lleva el polaco Wojtyla (el papa que dijo que el uso de preservativos era una blasfemia contra dios, ese), quien dijo en 1999 que:  [el infierno] No se trata de un castigo de Dios infligido desde el exterior, sino del desarrollo de premisas ya puestas por el hombre en esta vida. La misma dimensión de infelicidad que conlleva esta oscura condición puede intuirse, en cierto modo, a la luz de algunas experiencias nuestras terribles, que convierten la vida, como se suele decir, en «un infierno».
Con todo, en sentido teológico, el infierno es algo muy diferente: es la última consecuencia del pecado mismo, que se vuelve contra quien lo ha cometido. Es la situación en que se sitúa definitivamente quien rechaza la misericordia del Padre incluso en el último instante de su vida". (Hasta aquí la iglesia católica apostólica y romana hablando como jipi sin decir la palabra karma). 

Pero al pontífice le faltó decir que, en términos de borrachera, el infierno que describe se llama resaca. El guayabo mortal que describiera el maestro Feliciano Ríos en la pluma de Arango Villegas. La audiencia papal citada se hizo para desmentir siglos de imágenes de desnudos ardiendo por las llamas y siendo chuzados por los tridentes de diablillos/golum muy lampiños que se ven en los cuadros de El Bosco o de Brueghel. Pobrecitos los pintores de ahora, con estos papas modernos se  agotan los temas...

Pero bueno, ¿y del cielo qué? ¿donde queda la divina borrachera? No se tu, pero yo tengo mis infiernos y mis cielos. Al menos en perspectiva, a todos les tengo cariño. Pero no vuelvo a ninguno, voy por nuevos con los mismos medios, u otros. Se me hace tarde, no he desarrollado el tema y mucho menos he llegado a conclusiones. ¿qué hora es? El viento, la ola, la estrella, el pájaro, o el reloj Beaudelairiano contestan: 

"Es hora de emborracharse. Para no ser esclavos martirizados por el tiempo, emborracharos  constantemente. De vino, de poesía, de virtud, como gustéis". 

sábado, 27 de septiembre de 2014

Young & foolish ..

Minority...

Es la canción que realmente suena. Bill Evans, al piano y un Sam Jones, que te mueve o te conmueva aunque lo ignores, al bajo. Bill Evans, el blanco del "So what"...

Suena "Minority", pero he utilizado el título de otra canción de Evans para darle un nombre a esta entrada. No hay ninguna razón para haber elegido esta, pero sí para rechazar la primera. En primer lugar, el ritmo es casi alegre. "Young & foolish" no es una canción triste, podría pasar como una caricia, sonrisa leve... ah! qué buen piano, la percusión rasga el aire...

... cursi, cursi... Sería la explicación que sería evidente en mis poros y expresiones si alguno de los amables bípedos que leen esto que escribo me observaran detrás de una cortina mientras lo hago.

Pero no hay ningún sentimiento en particular que desee ahora intentar despertar en un anónimo lector o lectora. Es sólo que hace mucho tiempo que no escribo. Por supuesto qué sé que hace mucho tiempo no escribo en este blog, pero lo peor de todo es que hace rato no escribo. Simplemente no escribo, ni para mí. Lo que jode más aun, es que últimamente leo de malagana.

Entonces tengo que escribir, no hay tema. El nudo podrá estar en la garganta, no en las puntas de los dedos que aporrean el teclado (Evans sí que lo aporrea de maravilla en "Night & day"). Tengo ganas de escribir, porque hablar, queridos, es inútil. Por eso jamas seré presidente, nadie escucha...

Ahora, no escribo ahora porque crea en la utilidad de escribir, ni más ni menos. Pero creo, de alguna forma, en que aquello que no es útil, si es sincero, podría llegar a ser bello.

Y claro... la belleza. Tan fugaz, instantánea, siempre efímera. Lo único que permanece. ("Peace Piece").

Ahora el silencio, a lo sumo un balbuceo interior. Aquí paso de lo cursi al patetismo. ¡guácala! ¡fo!

Habrá que evitar caer que caer en la trampa de que la vida es hermosa, pero evitarla no significa sumergirse en el vacío. Pero si ya estamos allí, no entregarse al hooror vacui... al menos no sin un buen equipo de submarinismo, o similares.

Young & foolish... old & idem...



jueves, 21 de agosto de 2014

Mínima

¿Puede alguien que ha decidido rechazar la cruz terminar haciendo cross-fit sin reparo alguno?

jueves, 26 de septiembre de 2013

"El trabajo os hará libres" (Primera)

Los campos de concentración construidos durante el régimen nacionalsocialista, que ocupó el poder en Alemania a comienzos de la década de 1.930 hasta el final de la Segunda guerra mundial en 1.945, fueron destinados en un principio a encerrar y neutralizar opositores políticos, poblaciones de judíos, gitanos, comunistas, homosexuales y otros "indeseables" de acuerdo a los principios que postulaba el llamado tercer Reich. La población interna era empleada en diversas actividades y labores claramente denigrantes. Asimismo, muchos prisioneros de los campos eran usados como cobayas en experimentos de todo tipo, que podían ir desde inocularles virus para hacer pruebas de vacunas en proceso de desarrollo, hasta el encierro en cámaras hiperbáricas para comprobar el efecto que la presión atmosférica podía causar en el cuerpo humano con miras a la adecuación de los prototipos de aviones que se construían en la época.

Detalle del campo de Dachau. Foto: Luis Vélez Rodríguez
Posteriormente, a medida que la guerra avanzaba por todo el continente europeo y se extendía por diversas partes del globo, y a que la población interna de los campos excedía de manera exponencial las expectativas de capacidad para las que fueron proyectados, los altos mandos del gobierno nazi consideraron que era necesario llegar a una "solución final" para dar por zanjada la situación judía ante la imposibilidad económica de continuar con una política de evacuación y de matanzas selectivas. Mucho se ha dicho y escrito sobre el holocausto judío y acerca de la conferencia de Wansee de 1.942 dirigida por Heydrich, donde se adoptó, con estética burocrática, el exterminio de millones de personas. (Sobre esto, vale la pena ver la película del año 2.001 "Conspiracy", con notables actuaciones de Kenneth Branagh y Stanley Tucci. Muy especialmente, el escrito fundamental de Hanna Arendt, traducido al español con el título "Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal").

No, no es esto sobre lo que quiero escribir. He tenido la oportunidad de visitar dos campos de concentración, ambos en Alemania. El primero, Sachsenhausen, en Oranienburg, no lejos de Berlín. El segundo, Dachau, en las afueras de Múnich. A pesar del aire fresco que se respira a campo abierto, de los paisajes boscosos de los alrededores y de las flores silvestres de bellos y alegres colores, supongo que entiende usted, querida amiga, que uno no sienta que está parado en medio del jardín de la dulzura. Pese a los cientos de turistas que visitan diariamente estos sitios, es difícil desprenderse de una sensación de estar frente al más desolado e inhóspito de los paisajes. Aun cuando siento que me he desprendido de muchos de los atavismos religiosos que me fueron inculcados desde la infancia y de la mitología bucólica de duendes, mohanes, brujas y patasolas de mi niñez campesina, no puedo desembarazarme de la sensación de que allí aun había fantasmas.

Para un criollo, ya-no-tan-muchacho, nacido en la cordillera andina colombiana a más de nueve mil kilómetros de distancia y cuarenta años después de la conferencia de Wansee, lo ocurrido en los campos debería resultar algo completamente ajeno, si no indiferente. Pero al pisar ese suelo, ver las casas de los pueblos cercanos a los campos cuyos vecinos seguían con sus rutinas "ignorando" lo que allí ocurría, me obliga a preguntar ¿qué habría hecho yo? Y no lo sé. Este es el pecado original de nuestra era. Que no me vengan con la manzana y la serpiente parlanchina.

Además del diseño de los campos, que comparten una idea de eficiencia arquitectónica y funcional, su punto común, su consigna constitutiva, grabada en la puerta de hierro de entrada al  complejo, estaba en la frase: Arbeit macht frei. Al traducirse de manera literal, al español tenemos: El trabajo hace libre. Esta traducción abre un campo de interpretación que resulta amplio. Pero si uno atiende al contexto, traducirlo como ¡oh vosotros los que entráis! abandonad toda esperanza, según se lee en las puertas del infierno de Dante, resulta más acertado que cualquier otro intento de traslación.

Hablaremos del trabajo. Dejo aquí por ahora, (continúa...)

Al valle de los caídos

Aquí un divertimento que puede dar cuenta de mi ineptitud poética,


Al valle de los caídos


Manso depredador de amor, 
del apuesto Christian, las ansias
de Cyrano, el pudor

Una mañana despertaste
y te miraste el calzón.
Notaste que estaba alegre,
y tarareaste una chanson

La muchachita de la breve falda, 
Que paciente espera el bus, 
No ignora cuando sonríe
De tu entrepierna el obús.

A tu manera, héroe has sido
las carnes de muchas Venus
(y de otras que no lo son tanto)
a las tuyas propias asido.

Las columnas de su templo
(que a diferencia de las de Hércules dicen: Plus Ultra)
también tu tropa ha derruido. 

Pero ¡Ay! en tu dulce batallar,
en este valle de amarga existencia,
de repente y sin avisar
llega el día de la impotencia.

¿Qué Dalila tan cruelmente te trasquiló,
derruyendo y llenando de telarañas
el antes orgulloso monolito enhiesto 
en el que celebrabas tus no tan bíblicas hazañas?


viernes, 13 de septiembre de 2013

Ibis

Recientemente, por el impulso de darme una sacudida mental y espiritual de los ásperos - y con frecuencia insufribles - textos jurídicos, me sumergí en la lectura de dos novelas que hacía ya un tiempo había planeado leer pero no lo había hecho, supongo que por eso de procrastinar. La primera fue "Ibis" de José María Vargas Vila, autor colombiano vilipendiado por su tiempo y la iglesia del país andino y de quien adquirí conciencia por un apunte de Borges en "El arte de injuriar": [...] «es la injuria más espléndida que conozco: injuria tanto más singular si consideramos que es el único roce de su autor con la literatura. "Los dioses no consintieron que Santos Chocano deshonrara el patíbulo, muriendo en él. Ahí está vivo, después de haber fatigado la infamia". Deshonrar el patíbulo. Fatigar la infamia. A fuerza de abstracciones ilustres, la fulminación descargada por Vargas Vila rehúsa cualquier trato con el paciente, y lo deja ileso, inverosímil, muy secundario y posiblemente inmoral. Basta la mención más fugaz del nombre de Chocano para que alguno reconstruya la imprecación, oscureciendo con maligno esplendor todo cuanto a él se refiere —hasta los pormenores y los síntomas de esa infamia».

    La segunda novela es "Los detectives salvajes", del chileno Roberto Bolaño. Sobre esta última espero hablar en una próxima entrada. 
  
    Bien, pues volviendo a "Ibis" aquí va una selección personal de frases escritas por la pluma de Vargas Vila, para fustigar a las almas sensibleras y a la moral más gazmoña. 

    «La visión de la multitud es la última tristeza de los mártires. Y el principio de su expiación».

    «El hombre es natural e inconsolablemente perverso, y la bellota de la calumnia, más que el fruto de la verdad, gusta a sus apetitos de bestia».

    «La forma aristocrática del desprecio es el perdón». 
    
    «El amor es vil porque tiene de la carne. Sólo la amistad es fuerte porque es pura. Vive del alma. La verdadera amistad es más rara que el verdadero amor, ha dicho La Rochefoucauld. Y el verdadero amor no existe»

   «Sociedad advenediza [...] incapaz de respetar el dolor que el oro no hace augusto»

   «Toda mujer es Salomón en el amor. El don de la sabiduría le es innato. Su deseo es ley». 

   «La mentira es la forma imbécil del miedo. Ser cobarde es ser vil»

   «Sentir el amor es debilidad. Inspirarlo es fuerza»

   «El refinamiento es la aristocracia del vicio»

  «La piedad es el caballo de Troya: tiene el vientre lleno de enemigos. Se finge el ídolo y es la muerte». 

  «Nunca te arrepentirás bastante del bien que hagas. Hacer bien es hacerse mal. Quien hace el bien siembra ingratitud. Cosechará dolor»

   «La mujer como la multitud, es hecha para ser cortejada, seducida y abandonada».

  «Analiza tu sentimiento como hombre. No lo obedezcas como bestia». 
  
  «La castidad es un crimen contra natura. Tiene la condición que hace imperdonable un crimen; ser inútil. Es una rebeldía imbécil contra lo que hay sagrado en nosotros: la carne y la pasión. Es un delito disociador, vergonzoso y estéril. Es, como todas la virtudes, un vicio disfrazado. Ser casto es ser horrible. Ser sensual es ser humano". 

  «La infidelidad es en la mujer la revancha de su esclavitud: la venganza contra su dueño. En la mujer que ama, la infidelidad es un derecho.  En la mujer que no ama, la infidelidad es un deber".

   «La mujer ama el amor; y nada más. El amor es la más fuerte expresión del egoísmo. Y, en la mujer, amar es una forma de amarse. No ama al hombre nunca por el hombre sino por ella. Es una satisfacción de sus sentidos, una vanidad de su corazón, un objeto de lujo, un útil, un capricho, una crueldad"



miércoles, 21 de agosto de 2013

La sutil subversión del mostacho


Graffiti Verboten. Foto: Luis Vélez Rodríguez


En eso oigo que se desplazaban atrás, y me veo en el marco de la puerta seis o siete hombres, que serían la barra del Corralero. El más viejo, un hombre apaisanado, curtido, de bigote entrecano, se adelantó para quedarse como encandilado por tanto embraje y tanta luz, y se descubrió con respeto. Los otros vigilaban, listos para dentrar a tallar si el juego no era limpio. 
J.L. Borges. Hombre de la esquina rosada (Historia universal de la infamia, 1935)

Cuando se es niño se hacen cosas de niño. Suelen ser estupideces. Los niños son estúpidos. No importa lo que digan los padres: "¡Ay! ¡es que es muy despierto! !qué ya reconoce los colores! ¡qué peshoshura! ¡qué inteligente es mi niño!¡qué bonito es! Casi todo lo celebran los padres complacidos. Hasta que dejan de hacerlo: ¡No sé qué hacer con este niño! ¡Yo ya no sé a quién salió! (seguro que es del lado del papá. Uno de esos genes que salta una generación... Hace los gestos del abuelo). Alguna vecina soltera y ya mayor aconseja: "No lo mime mucho que lo malcría". Cosas así. Siguen los progenitores: "¡es que se me salió de las manos! ¡se rebeló!

Pero al fin, bien o mal, y en ocasiones rayando el ridículo o el abuso, los padres logran imponer su autoridad. Les siguen los maestros, quienes, mutatis mutandi, pasarán por un proceso similar. 

Por el cariño o por la fuerza los adultos consiguen hacer valer su voluntad incuestionable sobre esa criaturas minúsculas, amorfas, de movimientos faltos de coordinación - chimpancés lampiños (igualito al papá) - que mueven a la risa y la lágrima fácil. Han puesto coto a la rebeldía innata. Su labor civilizadora ha tenido éxito. 

¿Si?

Bueno, a lo mejor el ridículo bípedo engendrado por papá y mamá (seguramente concebido en una madrugada borrosa de aguardiente o un vino de más) haya aprendido ya a decir "sí, señor" y "sí, señora". Maneje al dedillo el "por favor" y "gracias" con un gracejo y ternura cantinflescas. Sobre todo ha aprendido a pedir perdón. 
(el perdón, catequizó Vargas Vila, es la forma aristocrática del deprecio. Ganarse el perdón, digo yo, es arte supremo del vividor y el gandul).
Ese niño ya no será un rebelde a viva voz. A su manera ha aprendido que, para prolongar su guerra (que ya intuye perdida), no debe delatarse. Jamás dirá: "¡I am Spartacus!
Va descubriendo, golpe a golpe, regaño a regaño, beso a beso, que es mucho más cómodo y placentero ciscar sobre las figuras de sus emperadores y cónsules sin que estos lo sospechen. Por listos que estos sean, apenan serán conscientes del olor de la caca que los unta. 
Sí, han reprimido al rebelde abierto. Han dado vida a un guerrillero de pantalón cortico. 

"Cuando el gran hombre cruza el camino - reza un proverbio etíope -, el campesino sabio se inclina ostensiblemente y, silenciosamente, se tira un pedo"

Si hay un acto revoltoso que me deleita, es el de rayar y pintar allí dónde no se debe. Falos colosales con glandes en forma de casa de pitufo. Tetas formidables con redondez de canica y pezones de timbre de casa vieja, eran imágenes que animaban y rompían la monotonía de los barnizados pupitres y manuales escolares de física, química o historia del colegio jesuita.   

Si Bolívar y Napoleón hubieran estado tan bien dotados como sus dadivosos y clandestinos ilustradores los pintaban en su restauración chulesca, a otras batallas y campañas se habrían dedicado. 
Si Baldor, el del álgebra, se hubiese fumado  todos los porros que dibujaron en sus labios, al jamaicano Marley le habría tocado cambiar las rastas por el turbante. Otro habría ya disparado al Sheriff. 

¿Vandalismo? ¿Graffiti? ¿Pintadas? Creo que no teníamos nombre. Pero de los libros de Santillana a los muros hay un paso. Aquí uno de mis favoritos (creo que bastante popular y con variantes. Lo he visto en calles y baños de cinco ciudades distintas) ► 
Cosas que odio:
  1. Vandalismo
  2. Ironía
  3. Listas
Y otra que recuerdo con especial cariño:

El cristo, blanco inmaculado, de brazos abiertos proyectaba en las noches, por las luces de ciudad, su sombra gloriosa y protectora contra uno de los muros frontales del convento de las monjas de Ravasco. Cierta mañana esa pared amaneció con dos manchas de aerosol de color negro pintadas en la pared. No decían nada. Ni siquiera se notaba en la fachada. Pero a la noche... (¿milagro?) la silueta opaca del redentor ostentaba carnavalescos cuernos (¡Ay! ¡cómo me habría gustado participar del sacrilegio! no hice caso a los dientes torcidos de Buda...)

Pero entre todos los actos de subversión infantil y adolescente me quedo con los bigotes. No sé de dónde sale ese impulso irrefrenable, que aun pervive. Podría ser Voltaire, Churchill, Claudia Schiffer o Andy Warhol. Cualquiera con bozo inmaculado se merece un bigote. ¡Dicha suprema al descubrir a Hitler! Inspiraba algo distinto, un cierto Ich weiß es nicht...

Aunque muchos de nuestros mayores lucían tupidos mostachos al estilo de los cantantes de rancheras mexicanas y de personajes de películas Western (hay que decir que ni John Wayne ni Clint Eastwood llevaban bigote), nadie lo llevaba a lo Adolfo. Tenía sentido, nuestros padres, por muchas bobadas que hicieran, no tenían interés en verse relacionados en una matanza masiva de judios. (Gracias taitas: ¡Nos habríamos quedado sin comediantes!)
En fin...
Donde estoy ahora están en época pre electoral. En España y Colombia se la pasan en eso. Los políticos en todos lados tienen en común que, cuando están en campaña, muestran su mejor sonrisa. También tiene en común que todos son muy feos. Es como si en sus rostros se anticiparan a las cagadas que van a hacer. La publicidad política es el edén de los dibujantes de bigotes. 

Pues bien, llega el mea culpa. Hoy confieso que dibujé sobre láminas con fotos de imberbes muchos mostachos. Barbas de perilla, pelucas estilo Valderrama o Higuita y hasta rellené algún sobaco, antes lampiño, de pelillos ensortijados. Pero he aquí mi gran pecado: Una tarde (almita ociosa) pinté en una lámina con la imagen de José María Escrivá de Balaguer. No fue un Adolfo. Fue un mostacho grueso como el de Yosemite Sam, el enemigo de Bugs Bunny. Arrepentido de mi pecado intenté borrar la tinta. ¡Peor! La mancha azul se regó por todo ese rostro bello, franquista y amable del que luego Wojtyla hiciera santo. 

Desesperado, estuve a punto de tirar la estampa a la basura. Me abstuve. Sabía que del cielo me observaban. El bigote y el borrón, cuestionaban mi lugar en el cielo, pero si elegía el basurero no tenía ni chance de pasar por purgatorio...

¡Benditos sean los niños! Fugaces prometeos...