miércoles, 24 de febrero de 2010

"African lust" (Aporte a las artes pornográficas)


(Dibujo por: Eli Werthamer)

La escena transcurre en el corazón de la selva africana. Es noche cerrada (por mantenimiento), el ambiente resulta fresco y natural, da la sensación de ser un paraje virgen, ignoto, jamás conocido por ser humano (por tanto debe rodarse dentro de un estudio de televisión). El paisaje se ve interrumpido por una tienda de campaña incrustada como una nada en medio de la nada que es todo. Dentro de la tienda descansa nuestra protagonista: Barbara von Brustfleisch. ¿Cómo describirla? Sus cabellos son de un dorado intenso, lo que demuestra que usa un tinte de buena calidad. Sus labios tienen un rouge muy vivo, lo cual resultaría extraño si no se tratara de una película para adultos. Como es una exploradora, no es menos cursi que los de su clase y pese a que no luce un bigotito delgado, viste un apretadísimo chaleco caqui que resalta claramente las diferencias sociales con el resto de sus congéneres. De su no menos ajustado pantalón surgen dos piernas que emulan claramente a las columnas de Hércules que marcaban el fin del mundo antiguo, con la única diferencia que mientras estás decían "Non Plus Ultra", en las columnas de Frau Brustfleisch se puede leer claramente "Plus Ultra". Digamos pues que nuestra protagonista es una mu-jer vo-lup-tuo-sa.

En medio de la escena, su tranquilo sueño se ve de súbito interrumpido por un extraño ruido en el exterior de la tienda de campaña. Valiente y decidida, armándose únicamente con una linterna, abre el cierre de su tienda. Al encender la linterna la luz le revela que se encuentra frente a frente con un feroz león (Cortesía Circo Hermanos Gasca), el cual le lanza a la cara un fuerte ladrido. Ante la expresión de desconcierto de la mujer, el Rey de la Selva corrige su acción y emite, ahora sí, el poderoso rugido esperado. Barbara von Brustfleisch, sintiéndose ya presa de león cae primero presa del temor. Atónita y estupefacta no atina a realizar acción alguna y se resigna a la voluntad de su verdugo. Éste despliega su poderío levantándose fieramente en sus patas traseras y ¡oh sorpresa! su piel de león comienza a abrirse lentamente para descubrir que cubría la figura de un musculoso y apuesto Yoruba dotado de una extraordinaria cualidad viril orgullo de su raza y de sus dioses.

Aun confundida y alucinada, pero maravillada por el excitante giro surrealista de la situación, se entrega con espíritu vehemente a ese varón descomunal, hombre y animal.
Juntos repiten ese ritual que heredaran de sus respectivos ancestros, con notables innovaciones...

En el instante de mayor clímax, nuestro Kouros africano se arranca su negra piel dejando ver, esta vez de forma definitiva, que efectivamente se trataba de un león.
La cámara se aleja lentamente mientras la mujer va siendo devorada sin apenas oponer resistencia y dejando escapar leves gemidos tal vez de dolor, tal vez de un infinito placer...

(Málaga, 18 de noviembre de 2007)

domingo, 21 de febrero de 2010

jodas de allá, pensadas aquí...

(Un buen Bansky)

Aunque crecí en el campo creo que nunca he pertenecido realmente a lo rural, ni siquiera ahora que me encuentro lejos de la casa paterna/materna experimento alguna inclinación bucólica. Si bien cuando me refiero a la finca en la que crecí la describo como "el mejor lugar del mundo", creo que lo que me inspira el sentimiento que me lleva a darle tal calificación ha sido la agradable sensación de solitud del lugar, el campo sólo era el escenario. El verde se veía espléndido a través de las ventanas. Cuando alguna vez me aventuraba en los últimos tiempos a caminar entre los árboles y las matas de café sufría cierta sensación de incomodidad.

Creo que a Tulio, mi padre, esta actitud mía le divertía (aunque seguramente en algún momento le produjo gran contrariedad) y solía soltarme la frase que resumía mi sentimiento: "el campo, ese horrible lugar donde los pollos se pasean crudos" (él se la atribuía erróneamente a Oscar Wilde, error en el cual caí yo mismo, otros la atribuyen a García Márquez o a Cortázar, según Google en realidad pertenece a Max Jacob). Creo que a mi hermano, que a diferencia mía está hecho en la forma que requieren los menesteres del campo, esto le provocaba aun más gracia. Aun recuerdo una vez que montábamos a caballo después de una jornada más o menos larga, me propuso que apostáramos una carrera hasta los establos. Puesto a prueba mi orgullo viril acepté, estúpidamente. Al final del recorrido él se retorcía de risa describiéndome como mis pies flotaban fuera de los estribos y mi cara mostraba una expresión de terror por haber visto como las parcas casi, casi se decidían a cortar los hilos de la vida de este dispuesto narrador.

Vuelven a mi estos y otros recuerdos cuando me doy cuenta que sin ser viejo soy cada vez menos joven y que por más que mi alma lo desee ya jamás podré aspirar a ser un cowboy, un karateka o un pirata (La vida en alta mar, tal vez por mis lecturas infantiles de Stevenson, Salgari o Verne, fue hasta hace muy poco mi gran sueño utópico hasta que me vi en una situación escalofriante con tres marineros rusos no poco borrachos). Mi única gloria deportiva fue la gran temporada como arquero del equipo de Hockey "Escarlatas" en el torneo Inter - Roscas 96...

Leí hace poco "Risaralda" de Bernardo Arias Trujillo, y me voy a permitir aquí copiar un pasaje que me parece apropiado para describir a lo que atrás aludía, mi relación con el campo:
[El vaquero] "Ama siempre lo criollo, lo que tiene sabor de tierra y aroma de patria india y verdadera, es hostil a todo lo que trata de desracionalizar el campo, de quebrantar sus tradiciones o recortar su personalidad afirmativa. Detesta los remordimientos de las ciudades, mira con aires de superioridad al hombre de la urbe y con desdén sus comidas repelentes, estrafalarios usos, ridículas costumbres y cursis vestidos.
Nuestros paisanos tienen la certidumbre de que esos señoritos que sólo van al campo en tiempo de nochebuena, a llevarle todas las exigencias de la ciudad, no son machos como ellos, sino una especie de andróginos, afeminados y cobardones.
(...)
Ellos se burlan del modo de montar de los filipichines, de sus gestos estudiados, de su miedo frente a un toro manso o ante un mal paso del camino. Y orgullosos de ser camperos, los miran con piedad y hasta con una bellacona sonrisa de sarcasmo"


Y aquí, pensando en una nota que leí hoy, se me ocurre que esa búsqueda de "ser uno mismo" no sea mas que la aceptación resignada de aquello que no somos...