jueves, 26 de septiembre de 2013

"El trabajo os hará libres" (Primera)

Los campos de concentración construidos durante el régimen nacionalsocialista, que ocupó el poder en Alemania a comienzos de la década de 1.930 hasta el final de la Segunda guerra mundial en 1.945, fueron destinados en un principio a encerrar y neutralizar opositores políticos, poblaciones de judíos, gitanos, comunistas, homosexuales y otros "indeseables" de acuerdo a los principios que postulaba el llamado tercer Reich. La población interna era empleada en diversas actividades y labores claramente denigrantes. Asimismo, muchos prisioneros de los campos eran usados como cobayas en experimentos de todo tipo, que podían ir desde inocularles virus para hacer pruebas de vacunas en proceso de desarrollo, hasta el encierro en cámaras hiperbáricas para comprobar el efecto que la presión atmosférica podía causar en el cuerpo humano con miras a la adecuación de los prototipos de aviones que se construían en la época.

Detalle del campo de Dachau. Foto: Luis Vélez Rodríguez
Posteriormente, a medida que la guerra avanzaba por todo el continente europeo y se extendía por diversas partes del globo, y a que la población interna de los campos excedía de manera exponencial las expectativas de capacidad para las que fueron proyectados, los altos mandos del gobierno nazi consideraron que era necesario llegar a una "solución final" para dar por zanjada la situación judía ante la imposibilidad económica de continuar con una política de evacuación y de matanzas selectivas. Mucho se ha dicho y escrito sobre el holocausto judío y acerca de la conferencia de Wansee de 1.942 dirigida por Heydrich, donde se adoptó, con estética burocrática, el exterminio de millones de personas. (Sobre esto, vale la pena ver la película del año 2.001 "Conspiracy", con notables actuaciones de Kenneth Branagh y Stanley Tucci. Muy especialmente, el escrito fundamental de Hanna Arendt, traducido al español con el título "Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal").

No, no es esto sobre lo que quiero escribir. He tenido la oportunidad de visitar dos campos de concentración, ambos en Alemania. El primero, Sachsenhausen, en Oranienburg, no lejos de Berlín. El segundo, Dachau, en las afueras de Múnich. A pesar del aire fresco que se respira a campo abierto, de los paisajes boscosos de los alrededores y de las flores silvestres de bellos y alegres colores, supongo que entiende usted, querida amiga, que uno no sienta que está parado en medio del jardín de la dulzura. Pese a los cientos de turistas que visitan diariamente estos sitios, es difícil desprenderse de una sensación de estar frente al más desolado e inhóspito de los paisajes. Aun cuando siento que me he desprendido de muchos de los atavismos religiosos que me fueron inculcados desde la infancia y de la mitología bucólica de duendes, mohanes, brujas y patasolas de mi niñez campesina, no puedo desembarazarme de la sensación de que allí aun había fantasmas.

Para un criollo, ya-no-tan-muchacho, nacido en la cordillera andina colombiana a más de nueve mil kilómetros de distancia y cuarenta años después de la conferencia de Wansee, lo ocurrido en los campos debería resultar algo completamente ajeno, si no indiferente. Pero al pisar ese suelo, ver las casas de los pueblos cercanos a los campos cuyos vecinos seguían con sus rutinas "ignorando" lo que allí ocurría, me obliga a preguntar ¿qué habría hecho yo? Y no lo sé. Este es el pecado original de nuestra era. Que no me vengan con la manzana y la serpiente parlanchina.

Además del diseño de los campos, que comparten una idea de eficiencia arquitectónica y funcional, su punto común, su consigna constitutiva, grabada en la puerta de hierro de entrada al  complejo, estaba en la frase: Arbeit macht frei. Al traducirse de manera literal, al español tenemos: El trabajo hace libre. Esta traducción abre un campo de interpretación que resulta amplio. Pero si uno atiende al contexto, traducirlo como ¡oh vosotros los que entráis! abandonad toda esperanza, según se lee en las puertas del infierno de Dante, resulta más acertado que cualquier otro intento de traslación.

Hablaremos del trabajo. Dejo aquí por ahora, (continúa...)

Al valle de los caídos

Aquí un divertimento que puede dar cuenta de mi ineptitud poética,


Al valle de los caídos


Manso depredador de amor, 
del apuesto Christian, las ansias
de Cyrano, el pudor

Una mañana despertaste
y te miraste el calzón.
Notaste que estaba alegre,
y tarareaste una chanson

La muchachita de la breve falda, 
Que paciente espera el bus, 
No ignora cuando sonríe
De tu entrepierna el obús.

A tu manera, héroe has sido
las carnes de muchas Venus
(y de otras que no lo son tanto)
a las tuyas propias asido.

Las columnas de su templo
(que a diferencia de las de Hércules dicen: Plus Ultra)
también tu tropa ha derruido. 

Pero ¡Ay! en tu dulce batallar,
en este valle de amarga existencia,
de repente y sin avisar
llega el día de la impotencia.

¿Qué Dalila tan cruelmente te trasquiló,
derruyendo y llenando de telarañas
el antes orgulloso monolito enhiesto 
en el que celebrabas tus no tan bíblicas hazañas?


viernes, 13 de septiembre de 2013

Ibis

Recientemente, por el impulso de darme una sacudida mental y espiritual de los ásperos - y con frecuencia insufribles - textos jurídicos, me sumergí en la lectura de dos novelas que hacía ya un tiempo había planeado leer pero no lo había hecho, supongo que por eso de procrastinar. La primera fue "Ibis" de José María Vargas Vila, autor colombiano vilipendiado por su tiempo y la iglesia del país andino y de quien adquirí conciencia por un apunte de Borges en "El arte de injuriar": [...] «es la injuria más espléndida que conozco: injuria tanto más singular si consideramos que es el único roce de su autor con la literatura. "Los dioses no consintieron que Santos Chocano deshonrara el patíbulo, muriendo en él. Ahí está vivo, después de haber fatigado la infamia". Deshonrar el patíbulo. Fatigar la infamia. A fuerza de abstracciones ilustres, la fulminación descargada por Vargas Vila rehúsa cualquier trato con el paciente, y lo deja ileso, inverosímil, muy secundario y posiblemente inmoral. Basta la mención más fugaz del nombre de Chocano para que alguno reconstruya la imprecación, oscureciendo con maligno esplendor todo cuanto a él se refiere —hasta los pormenores y los síntomas de esa infamia».

    La segunda novela es "Los detectives salvajes", del chileno Roberto Bolaño. Sobre esta última espero hablar en una próxima entrada. 
  
    Bien, pues volviendo a "Ibis" aquí va una selección personal de frases escritas por la pluma de Vargas Vila, para fustigar a las almas sensibleras y a la moral más gazmoña. 

    «La visión de la multitud es la última tristeza de los mártires. Y el principio de su expiación».

    «El hombre es natural e inconsolablemente perverso, y la bellota de la calumnia, más que el fruto de la verdad, gusta a sus apetitos de bestia».

    «La forma aristocrática del desprecio es el perdón». 
    
    «El amor es vil porque tiene de la carne. Sólo la amistad es fuerte porque es pura. Vive del alma. La verdadera amistad es más rara que el verdadero amor, ha dicho La Rochefoucauld. Y el verdadero amor no existe»

   «Sociedad advenediza [...] incapaz de respetar el dolor que el oro no hace augusto»

   «Toda mujer es Salomón en el amor. El don de la sabiduría le es innato. Su deseo es ley». 

   «La mentira es la forma imbécil del miedo. Ser cobarde es ser vil»

   «Sentir el amor es debilidad. Inspirarlo es fuerza»

   «El refinamiento es la aristocracia del vicio»

  «La piedad es el caballo de Troya: tiene el vientre lleno de enemigos. Se finge el ídolo y es la muerte». 

  «Nunca te arrepentirás bastante del bien que hagas. Hacer bien es hacerse mal. Quien hace el bien siembra ingratitud. Cosechará dolor»

   «La mujer como la multitud, es hecha para ser cortejada, seducida y abandonada».

  «Analiza tu sentimiento como hombre. No lo obedezcas como bestia». 
  
  «La castidad es un crimen contra natura. Tiene la condición que hace imperdonable un crimen; ser inútil. Es una rebeldía imbécil contra lo que hay sagrado en nosotros: la carne y la pasión. Es un delito disociador, vergonzoso y estéril. Es, como todas la virtudes, un vicio disfrazado. Ser casto es ser horrible. Ser sensual es ser humano". 

  «La infidelidad es en la mujer la revancha de su esclavitud: la venganza contra su dueño. En la mujer que ama, la infidelidad es un derecho.  En la mujer que no ama, la infidelidad es un deber".

   «La mujer ama el amor; y nada más. El amor es la más fuerte expresión del egoísmo. Y, en la mujer, amar es una forma de amarse. No ama al hombre nunca por el hombre sino por ella. Es una satisfacción de sus sentidos, una vanidad de su corazón, un objeto de lujo, un útil, un capricho, una crueldad"



miércoles, 21 de agosto de 2013

La sutil subversión del mostacho


Graffiti Verboten. Foto: Luis Vélez Rodríguez


En eso oigo que se desplazaban atrás, y me veo en el marco de la puerta seis o siete hombres, que serían la barra del Corralero. El más viejo, un hombre apaisanado, curtido, de bigote entrecano, se adelantó para quedarse como encandilado por tanto embraje y tanta luz, y se descubrió con respeto. Los otros vigilaban, listos para dentrar a tallar si el juego no era limpio. 
J.L. Borges. Hombre de la esquina rosada (Historia universal de la infamia, 1935)

Cuando se es niño se hacen cosas de niño. Suelen ser estupideces. Los niños son estúpidos. No importa lo que digan los padres: "¡Ay! ¡es que es muy despierto! !qué ya reconoce los colores! ¡qué peshoshura! ¡qué inteligente es mi niño!¡qué bonito es! Casi todo lo celebran los padres complacidos. Hasta que dejan de hacerlo: ¡No sé qué hacer con este niño! ¡Yo ya no sé a quién salió! (seguro que es del lado del papá. Uno de esos genes que salta una generación... Hace los gestos del abuelo). Alguna vecina soltera y ya mayor aconseja: "No lo mime mucho que lo malcría". Cosas así. Siguen los progenitores: "¡es que se me salió de las manos! ¡se rebeló!

Pero al fin, bien o mal, y en ocasiones rayando el ridículo o el abuso, los padres logran imponer su autoridad. Les siguen los maestros, quienes, mutatis mutandi, pasarán por un proceso similar. 

Por el cariño o por la fuerza los adultos consiguen hacer valer su voluntad incuestionable sobre esa criaturas minúsculas, amorfas, de movimientos faltos de coordinación - chimpancés lampiños (igualito al papá) - que mueven a la risa y la lágrima fácil. Han puesto coto a la rebeldía innata. Su labor civilizadora ha tenido éxito. 

¿Si?

Bueno, a lo mejor el ridículo bípedo engendrado por papá y mamá (seguramente concebido en una madrugada borrosa de aguardiente o un vino de más) haya aprendido ya a decir "sí, señor" y "sí, señora". Maneje al dedillo el "por favor" y "gracias" con un gracejo y ternura cantinflescas. Sobre todo ha aprendido a pedir perdón. 
(el perdón, catequizó Vargas Vila, es la forma aristocrática del deprecio. Ganarse el perdón, digo yo, es arte supremo del vividor y el gandul).
Ese niño ya no será un rebelde a viva voz. A su manera ha aprendido que, para prolongar su guerra (que ya intuye perdida), no debe delatarse. Jamás dirá: "¡I am Spartacus!
Va descubriendo, golpe a golpe, regaño a regaño, beso a beso, que es mucho más cómodo y placentero ciscar sobre las figuras de sus emperadores y cónsules sin que estos lo sospechen. Por listos que estos sean, apenan serán conscientes del olor de la caca que los unta. 
Sí, han reprimido al rebelde abierto. Han dado vida a un guerrillero de pantalón cortico. 

"Cuando el gran hombre cruza el camino - reza un proverbio etíope -, el campesino sabio se inclina ostensiblemente y, silenciosamente, se tira un pedo"

Si hay un acto revoltoso que me deleita, es el de rayar y pintar allí dónde no se debe. Falos colosales con glandes en forma de casa de pitufo. Tetas formidables con redondez de canica y pezones de timbre de casa vieja, eran imágenes que animaban y rompían la monotonía de los barnizados pupitres y manuales escolares de física, química o historia del colegio jesuita.   

Si Bolívar y Napoleón hubieran estado tan bien dotados como sus dadivosos y clandestinos ilustradores los pintaban en su restauración chulesca, a otras batallas y campañas se habrían dedicado. 
Si Baldor, el del álgebra, se hubiese fumado  todos los porros que dibujaron en sus labios, al jamaicano Marley le habría tocado cambiar las rastas por el turbante. Otro habría ya disparado al Sheriff. 

¿Vandalismo? ¿Graffiti? ¿Pintadas? Creo que no teníamos nombre. Pero de los libros de Santillana a los muros hay un paso. Aquí uno de mis favoritos (creo que bastante popular y con variantes. Lo he visto en calles y baños de cinco ciudades distintas) ► 
Cosas que odio:
  1. Vandalismo
  2. Ironía
  3. Listas
Y otra que recuerdo con especial cariño:

El cristo, blanco inmaculado, de brazos abiertos proyectaba en las noches, por las luces de ciudad, su sombra gloriosa y protectora contra uno de los muros frontales del convento de las monjas de Ravasco. Cierta mañana esa pared amaneció con dos manchas de aerosol de color negro pintadas en la pared. No decían nada. Ni siquiera se notaba en la fachada. Pero a la noche... (¿milagro?) la silueta opaca del redentor ostentaba carnavalescos cuernos (¡Ay! ¡cómo me habría gustado participar del sacrilegio! no hice caso a los dientes torcidos de Buda...)

Pero entre todos los actos de subversión infantil y adolescente me quedo con los bigotes. No sé de dónde sale ese impulso irrefrenable, que aun pervive. Podría ser Voltaire, Churchill, Claudia Schiffer o Andy Warhol. Cualquiera con bozo inmaculado se merece un bigote. ¡Dicha suprema al descubrir a Hitler! Inspiraba algo distinto, un cierto Ich weiß es nicht...

Aunque muchos de nuestros mayores lucían tupidos mostachos al estilo de los cantantes de rancheras mexicanas y de personajes de películas Western (hay que decir que ni John Wayne ni Clint Eastwood llevaban bigote), nadie lo llevaba a lo Adolfo. Tenía sentido, nuestros padres, por muchas bobadas que hicieran, no tenían interés en verse relacionados en una matanza masiva de judios. (Gracias taitas: ¡Nos habríamos quedado sin comediantes!)
En fin...
Donde estoy ahora están en época pre electoral. En España y Colombia se la pasan en eso. Los políticos en todos lados tienen en común que, cuando están en campaña, muestran su mejor sonrisa. También tiene en común que todos son muy feos. Es como si en sus rostros se anticiparan a las cagadas que van a hacer. La publicidad política es el edén de los dibujantes de bigotes. 

Pues bien, llega el mea culpa. Hoy confieso que dibujé sobre láminas con fotos de imberbes muchos mostachos. Barbas de perilla, pelucas estilo Valderrama o Higuita y hasta rellené algún sobaco, antes lampiño, de pelillos ensortijados. Pero he aquí mi gran pecado: Una tarde (almita ociosa) pinté en una lámina con la imagen de José María Escrivá de Balaguer. No fue un Adolfo. Fue un mostacho grueso como el de Yosemite Sam, el enemigo de Bugs Bunny. Arrepentido de mi pecado intenté borrar la tinta. ¡Peor! La mancha azul se regó por todo ese rostro bello, franquista y amable del que luego Wojtyla hiciera santo. 

Desesperado, estuve a punto de tirar la estampa a la basura. Me abstuve. Sabía que del cielo me observaban. El bigote y el borrón, cuestionaban mi lugar en el cielo, pero si elegía el basurero no tenía ni chance de pasar por purgatorio...

¡Benditos sean los niños! Fugaces prometeos...

viernes, 26 de julio de 2013

El carnaval del mundo gozaba y se reía...



Foto: LVR. "Un mundo de gente" Málaga, semana santa

Tengo la impresión que me muevo en este mundo sin saber muy bien cómo. A estas alturas, me dirán, ya debería haberme hecho alguna idea. Pues no, no lo tengo claro. O a lo mejor es que el manual de instrucciones que me dieron pertenece a una edición ya caduca.

Si hay algo dentro de todo este confuso paisaje que no logro aclarar, darle sentido, es a la forma de reaccionar ante el dolor ajeno. Hace poco más de un mes, recién llegado a Munich, caminaba cerca de Marienplatz con dirección a Sendlinger Tor. La zona está llena de tiendas y almacenes. La gente, no tan bulliciosa, va y viene por centenas. Yo hacía lo propio, pero sólo iba, y en unidades. Me paré un momento al ver a una mujer con un coche de bebé. Sin niño. El rostro de la mujer reflejaba una angustia que no recuerdo haber visto en directo. Había perdido a la criatura. Quise acercarme y ofrecer mi ayuda, pero descarté la idea. ¿Qué le iba a decir? - "Perdone señora", "Excuse me Mrs.", "Entchulding Sie", mientras me ponía en esas perdíamos valiosos segundos. 

Su cara se contraía evitando soltar las lágrimas que, claramente, querían salir. Los ojos ven mejor sin el llanto. Ambos permanecimos algunos minutos ahí. Mirando. Ella hacía desplazamientos y miraba en todas direcciones. Yo hacía lo mismo. Sólo buscaba a un niño que no fuera de la mano de alguno. ¿Cómo sería? Asumí que era un niño, podría ser niña. La mujer dio la vuelta y entró a la tienda de donde parece había estado minutos antes. Un almacén grande de tangas, calzones y sostenes. La perdí de vista. Esperé todavía algún rato. A lo mejor lo encontraba. Incluso se me pasó por la cabeza la idea - ¡oh ingenua vanidad! - de verme convertido en uno de esos héroes por un día. Nada. La procesión seguía. Idas y venidas. Una estatua humana de pitufo rechoncho. Mujeres con bolsas de diferentes marcas. Risas. Diálogos incomprensibles. Gente, mucha gente. La soledad entre nosotros. Del niño ni rastro. 

Abandoné mi sitio, tenía que seguir. ¿Saben? Realmente no tenía que seguir. En primer lugar no tenía que haberme parado. Tenía un destino que me había fijado, el cine. ¡Mire que esta señora descuidando al niño! ¿Y yo qué tengo que ver con sus cuitas, señora? Mire que dejar de prestar atención al crío por probarse unas tangas que ya no le vienen.  Eso no se hace. Por poco y me toca esperar a la siguiente función. Es su problema, no mío. ¿Por qué entonces no olvido su expresión?

¡Ya!. Empatía. Esa es la explicación. ¡Ver a la mujer despertó mi sentido maternal! Puede ser, en estos tiempos de escasez no hay que andar descartando a la ligera. Pero detengámonos un momento, just a second, baby... Importa poco. La pregunta es otra ¿Por qué nadie más parecía haberse dado cuenta de lo que pasaba? El gesto de la mujer. El cochecito vacío. La situación no podía ser más clara. Pero nadie más. Créame usted, lector o lectora, nadie, nadie interrumpió su marcha por un momento. En eso me fijé. Y, a menos que todos fueran al cine, no creo que la mayoría tuvieran muchas cosas importantes que hacer. Aquí siento ganas de gritar como el narrador del "Corazón delator" de Poe, que ¡sabían! ¡sabían lo que pasaba!... But is not my business... 
¿No me creen?
Pues aquí va otra de hace años. Una noche de domingo, en esa ciudad de las puertas abiertas, iba a encontrarme en un café - Jeppao - con mi amigo Leo. Salí caminando por la avenida Santander desde la Rambla. Ahora bien, para quienes vivieron en esa época en Manizales, recordarán que la iluminación y el tránsito de público desde las Palmas hasta el Triángulo - dónde quedaba Jeppao - era escaso. Las posibilidades de sufrir un atraco no eran despreciables. Yo caminaba, pero tomaba alguna precaución. Esa noche fue la de la apariencia. Una chaqueta negra con capucha. No creo que me viera amenazante, pero tampoco resultaba un blanco atractivo. Pues bien, de esta forma emprendí el camino. Justo después de pasar por el multicentro-estrella me topé con una patrulla del ejercito que iba camino hacia el batallón. Nos cruzamos y los soldados fueron siguiendo uno tras otro. He de decir, antes que alguien diga que me veía "sospechoso" que en ese momento no llevaba la capucha. Entonces, el último soldado de la fila me agarró de un brazo y me dijo: "Una requisa". Yo - ¡divino candor del estudiante de derecho! - le dije algo así como: "Mire, yo estudio justo aquí - pasaba cerca de la facultad -. Usted no puede requisarme así sin más, y de todos modos no llevo nada"... algo más iba a decir, cuando el militar me dobló el brazo y me puso contra la pared. Hasta aquí un abuso de autoridad que no tuvo consecuencias, me dejaron ir un minuto después. Pero es que en el mismo instante en que todo esto sucedía pasaba un joven de nobles modales, recia moral y arraigados principios liberales, con quien por casualidad había sido compañero de juegos en la no tan remota infancia, vecinos de toda la vida, alumnos del mismo colegio que tanto hablaba de la solidaridad, rompimos vidrios juntos ¡y hasta mi abuela lo preparó para la primera comunión!  Él lo vio todo. Me vio. Nos miramos a la cara. Pero siguió de largo. ¿Por qué? Well, my friend, it wasn't his business.

En ocasiones siento que estoy más preocupado por lo que sucede lejos de mi que de mi propia vida. Una protesta de abogados en la India contra sus colegas que defienden delincuentes sexuales puede llegar a desviar mi atención de acompañar a algún amigo en una pena. Ahora me he sentido triste por la muerte de una perrita vieja, pero que era una prima. Entretanto miles de hectáreas de bosques arden, con todo lo que ello implica, y como si nada. Ochenta personas mueren en un tren en Galicia y mi primera reacción es de alivio por no tener a nadie entre las víctimas. 

Todo esto es normal, digamos. Pero esta cierta indiferencia contrasta con esta marcha estruendosa de opinadores apasionados. Indignados por las corridas de toros, y que el animalito sufre y es mi hermano. Que hay que correr maratones. Que leer todos los periódicos y blogs, excepto este. Que las campañas políticas-que el partido-que salió otro Iphone y yo quiero-que viajar-que abajo la energía no renovable-que no me llamaste ayer y vi que estabas conectado-que hay que dejar de fumar-que los ateos - que los curas- que vamos pa' marte -... Y como que al final nada pasa. Peor, cosas si pasan pero nada nos toca. 

Termino, para no alargar la cosa, con un poema del mexicano Jaime Sabines. Esta entrada la escribí pensando en las últimas dos líneas: 

La procesión del entierro en las calles de la ciudad es ominosamente patética. Detrás del carro que lleva el cadáver, va el autobús, o los autobuses negros, con los dolientes, familiares y amigos. Las dos o tres personas llorosas, a quienes de verdad les duele, son ultrajadas por los cláxones vecinos, por los gritos de los voceadores, por las risas de los transeúntes, por la terrible indiferencia del mundo. La carroza avanza, se detiene, acelera de nuevo, y uno piensa que hasta los muertos tienen que respetar las señales de tránsito. Es un entierro urbano, decente y expedito.

No tiene la solemnidad ni la ternura del entierro en provincia. Una vez vi a un campesino llevando sobre los hombros una caja pequeña y blanca. Era una niña, tal vez su hija. Detrás de él no iba nadie, ni siquiera una de esas vecinas que se echan el rebozo sobre la cara y se ponen serias, como si pensaran en la muerte. El campesino iba solo, a media calle, apretado el sombrero con una de las manos sobre la caja blanca. Al llegar al centro de la población iban cuatro carros detrás de él, cuatro carros de desconocidos que no se habían atrevido a pasarlo.

Es claro que no quiero que me entierren. Pero si algún día ha de ser, prefiero que me encierren en el sótano de la casa, a ir muerto por las calles de Dios sin que nadie se dé cuenta de mí. Porque si amo profundamente esta maravillosa indiferencia del mundo hacia mi vida, deseo también fervorosamente que mi cadáver sea respetado.



viernes, 19 de julio de 2013

Siempre se vuelve al primer amor... reza ese tango que revuelve


                                       Imagen: Luis Vélez Rodríguez. - "Me - Arte"


Cuando uno se va lejos no se sabe realmente cuan lejano es el destino. Mejor: no se sabe lo lejos que queda aquello que se deja. Eso que marca la distancia no está bien trazado en los mapas. Porque en los mapas todo es nítido: El azul de mares y océanos, las montañas y sus depresiones, los desiertos, las desembocaduras de ríos, los lagos, las divisiones políticas, la economía de cada región... cosas así. 
Pero cuando uno se va lejos el "hasta mañana" en realidad esconde  una oración íntima que pide no sea un adiós.

Si uno no se va la perspectiva de volver no existe, sólo está (que no es poco) la "rasquiña" por irse. Largarse, escapar, salir corriendo, irse a la mierda... y traer recuerdos. 
Pero ahí está, que quien se ha ido, lo quiera o no, piensa en el volver. Eso revuelve las tripas -y se abrazan o se dan de puños las dendritas (si me permiten la rima fácil) -. 

¿Volver? ¿se puede volver? ¿qué se fue? ¿qué queda? Habla Quevedo:

«Buscas a Roma en Roma, ¡Oh peregrino!
y a Roma misma en Roma no la hallas; 
cadáver son la que ostentó murallas, 
y tumba de si propia el Aventino.
Lo que era firme huyó, y solamente 
lo fugitivo permanece y dura»

La Roma imperial ya no está. Mucho menos los augustos-julios-marcos-calígulas-claudios-neros-aurelianos-yquéséyo. Pero ahí está el Tíber. 

¿A qué viene todo esto? Pues bien, ya se verá. Por ahora que signifique un volver a mi Jácara.