Detalle del campo de Dachau. Foto: Luis Vélez Rodríguez |
No, no es esto sobre lo que quiero escribir. He tenido la oportunidad de visitar dos campos de concentración, ambos en Alemania. El primero, Sachsenhausen, en Oranienburg, no lejos de Berlín. El segundo, Dachau, en las afueras de Múnich. A pesar del aire fresco que se respira a campo abierto, de los paisajes boscosos de los alrededores y de las flores silvestres de bellos y alegres colores, supongo que entiende usted, querida amiga, que uno no sienta que está parado en medio del jardín de la dulzura. Pese a los cientos de turistas que visitan diariamente estos sitios, es difícil desprenderse de una sensación de estar frente al más desolado e inhóspito de los paisajes. Aun cuando siento que me he desprendido de muchos de los atavismos religiosos que me fueron inculcados desde la infancia y de la mitología bucólica de duendes, mohanes, brujas y patasolas de mi niñez campesina, no puedo desembarazarme de la sensación de que allí aun había fantasmas.
Para un criollo, ya-no-tan-muchacho, nacido en la cordillera andina colombiana a más de nueve mil kilómetros de distancia y cuarenta años después de la conferencia de Wansee, lo ocurrido en los campos debería resultar algo completamente ajeno, si no indiferente. Pero al pisar ese suelo, ver las casas de los pueblos cercanos a los campos cuyos vecinos seguían con sus rutinas "ignorando" lo que allí ocurría, me obliga a preguntar ¿qué habría hecho yo? Y no lo sé. Este es el pecado original de nuestra era. Que no me vengan con la manzana y la serpiente parlanchina.
Además del diseño de los campos, que comparten una idea de eficiencia arquitectónica y funcional, su punto común, su consigna constitutiva, grabada en la puerta de hierro de entrada al complejo, estaba en la frase: Arbeit macht frei. Al traducirse de manera literal, al español tenemos: El trabajo hace libre. Esta traducción abre un campo de interpretación que resulta amplio. Pero si uno atiende al contexto, traducirlo como ¡oh vosotros los que entráis! abandonad toda esperanza, según se lee en las puertas del infierno de Dante, resulta más acertado que cualquier otro intento de traslación.
Hablaremos del trabajo. Dejo aquí por ahora, (continúa...)