jueves, 26 de septiembre de 2013

"El trabajo os hará libres" (Primera)

Los campos de concentración construidos durante el régimen nacionalsocialista, que ocupó el poder en Alemania a comienzos de la década de 1.930 hasta el final de la Segunda guerra mundial en 1.945, fueron destinados en un principio a encerrar y neutralizar opositores políticos, poblaciones de judíos, gitanos, comunistas, homosexuales y otros "indeseables" de acuerdo a los principios que postulaba el llamado tercer Reich. La población interna era empleada en diversas actividades y labores claramente denigrantes. Asimismo, muchos prisioneros de los campos eran usados como cobayas en experimentos de todo tipo, que podían ir desde inocularles virus para hacer pruebas de vacunas en proceso de desarrollo, hasta el encierro en cámaras hiperbáricas para comprobar el efecto que la presión atmosférica podía causar en el cuerpo humano con miras a la adecuación de los prototipos de aviones que se construían en la época.

Detalle del campo de Dachau. Foto: Luis Vélez Rodríguez
Posteriormente, a medida que la guerra avanzaba por todo el continente europeo y se extendía por diversas partes del globo, y a que la población interna de los campos excedía de manera exponencial las expectativas de capacidad para las que fueron proyectados, los altos mandos del gobierno nazi consideraron que era necesario llegar a una "solución final" para dar por zanjada la situación judía ante la imposibilidad económica de continuar con una política de evacuación y de matanzas selectivas. Mucho se ha dicho y escrito sobre el holocausto judío y acerca de la conferencia de Wansee de 1.942 dirigida por Heydrich, donde se adoptó, con estética burocrática, el exterminio de millones de personas. (Sobre esto, vale la pena ver la película del año 2.001 "Conspiracy", con notables actuaciones de Kenneth Branagh y Stanley Tucci. Muy especialmente, el escrito fundamental de Hanna Arendt, traducido al español con el título "Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal").

No, no es esto sobre lo que quiero escribir. He tenido la oportunidad de visitar dos campos de concentración, ambos en Alemania. El primero, Sachsenhausen, en Oranienburg, no lejos de Berlín. El segundo, Dachau, en las afueras de Múnich. A pesar del aire fresco que se respira a campo abierto, de los paisajes boscosos de los alrededores y de las flores silvestres de bellos y alegres colores, supongo que entiende usted, querida amiga, que uno no sienta que está parado en medio del jardín de la dulzura. Pese a los cientos de turistas que visitan diariamente estos sitios, es difícil desprenderse de una sensación de estar frente al más desolado e inhóspito de los paisajes. Aun cuando siento que me he desprendido de muchos de los atavismos religiosos que me fueron inculcados desde la infancia y de la mitología bucólica de duendes, mohanes, brujas y patasolas de mi niñez campesina, no puedo desembarazarme de la sensación de que allí aun había fantasmas.

Para un criollo, ya-no-tan-muchacho, nacido en la cordillera andina colombiana a más de nueve mil kilómetros de distancia y cuarenta años después de la conferencia de Wansee, lo ocurrido en los campos debería resultar algo completamente ajeno, si no indiferente. Pero al pisar ese suelo, ver las casas de los pueblos cercanos a los campos cuyos vecinos seguían con sus rutinas "ignorando" lo que allí ocurría, me obliga a preguntar ¿qué habría hecho yo? Y no lo sé. Este es el pecado original de nuestra era. Que no me vengan con la manzana y la serpiente parlanchina.

Además del diseño de los campos, que comparten una idea de eficiencia arquitectónica y funcional, su punto común, su consigna constitutiva, grabada en la puerta de hierro de entrada al  complejo, estaba en la frase: Arbeit macht frei. Al traducirse de manera literal, al español tenemos: El trabajo hace libre. Esta traducción abre un campo de interpretación que resulta amplio. Pero si uno atiende al contexto, traducirlo como ¡oh vosotros los que entráis! abandonad toda esperanza, según se lee en las puertas del infierno de Dante, resulta más acertado que cualquier otro intento de traslación.

Hablaremos del trabajo. Dejo aquí por ahora, (continúa...)

Al valle de los caídos

Aquí un divertimento que puede dar cuenta de mi ineptitud poética,


Al valle de los caídos


Manso depredador de amor, 
del apuesto Christian, las ansias
de Cyrano, el pudor

Una mañana despertaste
y te miraste el calzón.
Notaste que estaba alegre,
y tarareaste una chanson

La muchachita de la breve falda, 
Que paciente espera el bus, 
No ignora cuando sonríe
De tu entrepierna el obús.

A tu manera, héroe has sido
las carnes de muchas Venus
(y de otras que no lo son tanto)
a las tuyas propias asido.

Las columnas de su templo
(que a diferencia de las de Hércules dicen: Plus Ultra)
también tu tropa ha derruido. 

Pero ¡Ay! en tu dulce batallar,
en este valle de amarga existencia,
de repente y sin avisar
llega el día de la impotencia.

¿Qué Dalila tan cruelmente te trasquiló,
derruyendo y llenando de telarañas
el antes orgulloso monolito enhiesto 
en el que celebrabas tus no tan bíblicas hazañas?


viernes, 13 de septiembre de 2013

Ibis

Recientemente, por el impulso de darme una sacudida mental y espiritual de los ásperos - y con frecuencia insufribles - textos jurídicos, me sumergí en la lectura de dos novelas que hacía ya un tiempo había planeado leer pero no lo había hecho, supongo que por eso de procrastinar. La primera fue "Ibis" de José María Vargas Vila, autor colombiano vilipendiado por su tiempo y la iglesia del país andino y de quien adquirí conciencia por un apunte de Borges en "El arte de injuriar": [...] «es la injuria más espléndida que conozco: injuria tanto más singular si consideramos que es el único roce de su autor con la literatura. "Los dioses no consintieron que Santos Chocano deshonrara el patíbulo, muriendo en él. Ahí está vivo, después de haber fatigado la infamia". Deshonrar el patíbulo. Fatigar la infamia. A fuerza de abstracciones ilustres, la fulminación descargada por Vargas Vila rehúsa cualquier trato con el paciente, y lo deja ileso, inverosímil, muy secundario y posiblemente inmoral. Basta la mención más fugaz del nombre de Chocano para que alguno reconstruya la imprecación, oscureciendo con maligno esplendor todo cuanto a él se refiere —hasta los pormenores y los síntomas de esa infamia».

    La segunda novela es "Los detectives salvajes", del chileno Roberto Bolaño. Sobre esta última espero hablar en una próxima entrada. 
  
    Bien, pues volviendo a "Ibis" aquí va una selección personal de frases escritas por la pluma de Vargas Vila, para fustigar a las almas sensibleras y a la moral más gazmoña. 

    «La visión de la multitud es la última tristeza de los mártires. Y el principio de su expiación».

    «El hombre es natural e inconsolablemente perverso, y la bellota de la calumnia, más que el fruto de la verdad, gusta a sus apetitos de bestia».

    «La forma aristocrática del desprecio es el perdón». 
    
    «El amor es vil porque tiene de la carne. Sólo la amistad es fuerte porque es pura. Vive del alma. La verdadera amistad es más rara que el verdadero amor, ha dicho La Rochefoucauld. Y el verdadero amor no existe»

   «Sociedad advenediza [...] incapaz de respetar el dolor que el oro no hace augusto»

   «Toda mujer es Salomón en el amor. El don de la sabiduría le es innato. Su deseo es ley». 

   «La mentira es la forma imbécil del miedo. Ser cobarde es ser vil»

   «Sentir el amor es debilidad. Inspirarlo es fuerza»

   «El refinamiento es la aristocracia del vicio»

  «La piedad es el caballo de Troya: tiene el vientre lleno de enemigos. Se finge el ídolo y es la muerte». 

  «Nunca te arrepentirás bastante del bien que hagas. Hacer bien es hacerse mal. Quien hace el bien siembra ingratitud. Cosechará dolor»

   «La mujer como la multitud, es hecha para ser cortejada, seducida y abandonada».

  «Analiza tu sentimiento como hombre. No lo obedezcas como bestia». 
  
  «La castidad es un crimen contra natura. Tiene la condición que hace imperdonable un crimen; ser inútil. Es una rebeldía imbécil contra lo que hay sagrado en nosotros: la carne y la pasión. Es un delito disociador, vergonzoso y estéril. Es, como todas la virtudes, un vicio disfrazado. Ser casto es ser horrible. Ser sensual es ser humano". 

  «La infidelidad es en la mujer la revancha de su esclavitud: la venganza contra su dueño. En la mujer que ama, la infidelidad es un derecho.  En la mujer que no ama, la infidelidad es un deber".

   «La mujer ama el amor; y nada más. El amor es la más fuerte expresión del egoísmo. Y, en la mujer, amar es una forma de amarse. No ama al hombre nunca por el hombre sino por ella. Es una satisfacción de sus sentidos, una vanidad de su corazón, un objeto de lujo, un útil, un capricho, una crueldad"