lunes, 21 de junio de 2010

¡Solavaya!, ¡solavaya!


Mecanismos de ilusión.
Todo el mundo, nena, es impostor.

"La excepción" G. Cerati


De acuerdo con datos actualizados a junio de 2010 por el World Factbook que publica la central de inteligencia de los Estados Unidos de Norteamérica (la CIA, sí señores), la población mundial actual es de seis mil millones ochocientos treinta millones quinientos ochenta y seis mil novecientos ochenta y cinco. Esto tiene que ser así, la CIA sabe un montón de cosas. De hecho sabe con precisión lo que usted está leyendo en este momento.

Asimismo, según mis profesoras de segundo y tercero de primaria (Gloria Esperanza y Araceli), el ser humano es en esencia un ser social. Y ellas también sabían montón de cosas. De cuando en cuando aparecen noticias de personas que han vivido alejadas de la tan cuestionada civilización, como ermitaños o bien, a lo bestia. Otros amasan alguna fortuna económica y se someten a un ostracismo voluntario el cual sólo abandonan para satisfacer necesidades básicas o apetitos egoístas. Salvando las excepciones de Tarzán, del Mowgli de Disney o de algún personaje del fabulario oriental, este tipo de gente es rara. Tan extraños son que resulta bien difícil asumir una postura indiferente frente a este tipo de personas. El misántropo despierta curiosidad o aversión, rara vez desdén.

A la gente le gusta la gente. La gente quiere conocer gente. En un mundo redondo con casi siete mil millones de individuos ansiosos de conocerse unos a los otros, esto no debería presentar mayor problema. Pero he aquí que la gente no puede conocerse. ¿Por qué? Pues porque la gente que quiere ser conocida y conocer, desconoce a esos otros y es, a su vez, desconocida… y ya sabemos que los desconocidos tienen una mala reputación.

Es así. Nos cruzamos a diario quizás con centenares de personas, varios encuentros pueden ser frecuentes y, sin embargo, nos mantenemos unos a otros como viejos desconocidos. ¿Cómo se puede pues satisfacer ese instinto social? La Humanidad, para serlo, se ve forzada a abandonar su naturaleza. Cuando lo natural no funciona hay que abrazar el artificio. Y es de esta manera que la ficción se pone al servicio del instinto como un truco de magia a la inversa: por medios sobrenaturales se logran efectos naturales.

Esta magia requiere de un escenario propicio. Ya Ovidio alentaba a sus discípulos en el Ars Amandi a acudir al Coliseo por ser el lugar más adecuado para aproximarse a las jóvenes romanas. Las escenas que se sucedían entre los palcos del teatro o de la ópera no eran (ni son) menos anhelantes que la acción representada en el proscenio. ¿evitaban los gestos severos de los santos de las iglesias que los feligreses que iban a limpiar sus almas fraguaran en ese sagrado recinto planes para irse a manchar sábanas? El circo ocasionaba emociones colectivas ¿Qué habría sido de Totó y Alfredo sin el Nuovo cinema Paradiso? Las ficciones siguen y seguirán, muchas desaparecen seguramente, otras se mantienen o evolucionan, surgen nuevas. Este nuevo siglo viene con Facebook, Badoo, Tuenti, Meetic, Buzz, escenario novedoso, “virtual”, y tanto o más artificioso que cualquier otro pero, de todos modos, orientado al mismo fin: satisfacer el instinto social.

Pero el cénit de estos escenarios ha sido alcanzado, me parece, a lo largo cientos de años encontrando su culminación después de la segunda mitad del siglo XX de la mano de la llamada revolución sexual: Las discotecas.

Hija bastarda de los Cafés y Bares (con mayúscula, sí señora) que se extendieron rápidamente por todo el mundo y que se constituyeron en gérmenes favorables ya de bandas de delincuentes, ya de rebeliones contra la monarquía, ya de gonococos o de Treponema pallidum, la discoteca (sí niña, con minúscula) ha logrado aglomerar los elementos indispensables para hacer que los desconocidos dejen de serlo.

Nótese que prácticamente ningún otro espacio social hace esto posible en realidad. Nuestros conocidos lo son por orientación circunstancial de vida. Observemos una existencia común. La familia directa suele ser el primer contacto social de un niño. Luego vendrán los vecinos, el colegio y la universidad. Dentro de esta etapa nacerán los vínculos sociales más sólidos de cualquiera. No esperamos que nuestros padres o abuelos lleguen un día a casa diciendo “tengo un nuevo mejor amigo”. Los abogados se juntan con sus colegas, los ingenieros ya se cansan de contarse el chiste de la función exponencial que no quería integrarse, los proctólogos se reúnen a reírse en compañía por las anécdotas de su oficio, y así…

La discoteca es otra cosa. Para entrar a estos sitios no se requiere, en principio, cualificación especial alguna. Tanto puede estar un galán como el actor Luis Eduardo Arango (hay a quienes les parece muy churro), como puede estar Rosita, la obrerita, pobrecita. Se presenta la discoteca como un lugar democrático ¡qué hermoso! Las posibilidades de conocer desconocidos variopintos es amplia entonces.

Una vez dentro se aprecia el esplendor que hace posible el milagro, el arsenal de trucos abre fuego: Un cantinero diestro en su oficio puede conjugar las dotes de malabarista circense y de misterioso alquimista. Un bar generoso en espíritus garantiza la desinhibición. El sonido constante de la música invita al movimiento de los cuerpos, es decir, al baile, ese primitivo ritual de apareamiento. Y finalmente, ¡artimaña suprema! Hay un montón de luces multicolores y, sin embargo, el lugar es oscuro. Una gran ilusión. Pero no olvidemos, aunque los ilusos se nieguen a aceptarlo, que la ilusión no es más que un error poetizado.

- ¿qué quieres hacer el viernes?
- Nena llévame a un lugar… con parlantes…

lunes, 14 de junio de 2010

¿por qué carajos escribo?

Muchas veces me entran ganas de escribir pero nada escribo. O escribo bobadas. En otras ocasiones tengo la gran idea, el relato profundo o el ensayo agudo pero no soy capaz de agarrar un lápiz. Qué bueno que en momentos como esos se me apareciera la Musa del cuento de Fontanarrosa, que no aportaba inspiración pero que era muy buena mecanógrafa.

Leo bobadas todos los días ¿por qué me voy a abstener de escribir las propias? De pronto un día terminó escribiendo una bobada de quinientas páginas y recibiré elogios de gente que no se leerá ni el índice pero que me invitará a un aguardiente.

jueves, 3 de junio de 2010

A tener en cuenta...

Como vengo con muy buen humor en los últimos días y con una dosis de confianza, pese a todo, hacia mis congéneres bípedos con encéfalo altamente desarrollado y pulgar oponible, aquí va una solicitud amable y sin compromiso.

Comparto con Fontanarrosa que eso de morirse es una extraña costumbre, pero debo admitir que tiendo a ser conservador con algunas de las tradiciones más molestas del mundo este. No tengo prisa, pero por si acaso, por si los motoristas, por si el H1N1, por si una bala perdida (que suelen ser muy precisas), por si el Once vuelve a ser campeón, por si un cáncer, por si virgo (con aprobación de la prisión perpetua), por si las moscas o el mosquito del dengue, por si vuelvo a saltar como un Ortega Cano novicio, por si "uno nunca sabe qué pueda pasar", aquí van estas:


Propuestas para mi epitafio____ (a grabar sobre mi lápida)

-“No molestar”.

-“Moriría por un cigarrillo”

-“Si alguien me necesita, aquí estaré”

-“Podría ser peor”

-“Golpee antes de entrar”.

-“Entiendo que ya no me reconozca”

-“¡Ahora sí que me puedo burlar de la muerte!!”

-“No estuvo mal, gracias queridos”

-“Aquí yace el corazón de Luis Vélez, quien lo usó mucho hasta que ya no lo usó más”.

-“El ataúd tiene buen espacio, la almohada es bastante cómoda. Lo agradeceré hasta el día del juicio, pero pido una explicación: si se tomaron estas molestias para mi eterno descanso ¿por qué no me vistieron, en lugar de saco y corbata, con un buen pijama?

-“Prohibido mear aquí. Multa: Tormentos fantasmagóricos”

-"¿Falta mucho para llegar al más allá?"