viernes, 12 de agosto de 2011

Suponga usted...

Suponga usted: suponga que un día cualquiera (como suelen ser los días) se despierta con aire cotidiano pero lúcido. Hay una idea fija que revolotea en su mente y juega con ella, como si fuera plastilina. En un momento sonríe para sí mismo y descarta la idea: sigo dormido, dice. Entra al baño a deshacerse de lo que sea que sobre, pero la idea vuelve. Se lava las manos, mira al espejo, sale del baño.

Ahora tiene sed. Se da cuenta que la idea con la que despertó no se fue por la cañería. Sigue con usted. Toma un vaso, abre la nevera y saca algún líquido envasado y vierte parte del contenido en el vaso. Se desplaza lentamente hasta sentarse con el vaso en la mano, bebiendo breves sorbos. Pone el vaso sobre la mesa y, por un impulso automático dirige su mano hacia el control remoto del televisor. Se contiene un segundo antes de tomarlo. La idea del despertar no es tan baladí como pensaba. Vuelve a tomar el vaso y se da un trago más largo, pero lento y con la vista puesta fijamente hacia cualquier sitio (la ventana, un corcho de una botella que está sobre la mesa, un tablero de ajedrez que anhela iniciar una partida...), y la idea va tomando forma, y progresivamente va adquiriendo importancia. Da otro sorbo del líquido que contiene el vaso, lo posa nuevamente sobre la mesa y toma un cigarrillo para ponerlo entre sus labios. Busca un encendedor y se palmotea con ambas manos desde el pecho a las caderas. Pero está en calzones, y ahí no suele llevar mechero. Se gira, impulsivamente, porque ve un encendedor en una repisa, pero al hacerlo, golpea sin querer la mesa y ¡plaf! (¡zaz! ¡crash! ¡plim! - me cuestan las onomatopeyas -) El vaso se ha roto contra el suelo.

Suspira hondamente, y putea bajito, en un susurro, como cuando reza en ocasiones (pese a que dice a boca llena: "Soy ateo"). Toma en sus manos los pedazos de vidrio más grandes y los tira a la basura, mirando dónde pisa. Vuelve con una escoba, barre con detalle. Se vuelve a sentar e intenta retomar sus pensamientos donde los había dejado, pero sus ojos vuelven una y otra vez sobre el suelo, no vaya a ser que más tarde un trocito de cristal se le clave en el pie y le joda el día.

Suponga usted que está pensando en lo que más quiere, en su mujer o en el hombre de sus sueños; en el partido de mañana o en las próximas elecciones; en su infancia o en el día que comienza... y va y se rompe un vaso. Suponga usted...

3 comentarios:

  1. En esos casos, lo mejor es meter a la paloma en una jaula de icopor bien fea.

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  2. Respecto a una entrada anterior sobre la llamada "debilidad de caracter"

    http://agaviria.blogspot.com/2010/05/democracia-deliberativa.html

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